A la cabeza de la región latinoamericana con un crecimiento económico promedio de 5,6 por ciento anual durante los últimos cinco años, Panamá también se posiciona entre las economías de más alta y rápida progresión a nivel global.
Sin embargo, la buena marcha en los índices que marcan el aumento del PIB (Producto Interno Bruto) no se ha reflejado en la misma medida en avances en el campo social.
Tras la aplicación de un férreo modelo neoliberal sostenido durante varias décadas, Panamá se constituye entre los primeros seis países más desiguales del mundo y el segundo en el continente detrás de Brasil.
Los dividendos de la bonanza en el país centroamericano se concentran en una fracción de su población y en una pequeña franja de territorio en torno al Canal de Panamá, que en conjunto con el sector financiero representa el mayor motor de la economía nacional.
En la Ciudad de Panamá (capital) el ingreso medio de sus habitantes es comparable al de algunas ciudades europeas mientras en las provincias más relegadas este se encuentra al nivel de países subdesarrollados.
Este fenómeno de profundo desequilibrio en el desarrollo económico territorial se ve agravado por una política de Estado que ha priorizado el gasto en infraestructura en detrimento de la inversión social, que se ha mantenido constante alrededor del 8 por ciento del PIB, casi tres puntos por debajo del promedio regional.
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